ENTREVISTA
‘Si yo violo el secreto profesional,
se tienen que
mudar todos’
El barrio de Villa Lugano cumplió
hace poco cien años de su fundación y para festejarlos otorgó a sus
personalidades históricas el título de ‘vecino
destacado’. La doctora Ana María Caffera, tras 54 años de ejercer la medicina en su
consultorio de la calle Larrazabal, obtuvo uno de estos reconocimientos. Madre
de dos hijos también médicos, abuela de cinco nietas y temprana luchadora por
reivindicar sus derechos como mujer, se muestra agradecida con el barrio en el
que dio sus primeros pasos y decidió quedarse el resto de su vida.
- Imagino que
te tocó vivir muchos cambios acá en Lugano, ¿cuáles notas que fueron más
significativos?
- En cuanto a la gente, no hubo
tantos cambios. Las familias se fueron constituyendo y se fueron quedando en el
barrio. Los cambios fueron más que nada edilicios, antes había calles de
tierra, se pavimentó todo, hubo muchos adelantos. Influyó en la movilidad y el
comercio la terminación de la autopista Richieri que corta Lugano al medio,
haciendo que estemos a casi una hora del centro de Buenos Aires. Además del
lado que vivo yo no hay ni edificios muy altos ni monoblocks, así que el clima
que se respira es de mucha calma.
- Después de
tantos años compartidos, deben conocerse entre los vecinos. ¿Cómo es la
relación?
- Nos conocemos todos, tenemos una
vida social muy especial. Nos reunimos para ciertas fechas importantes: bodas,
cumpleaños, nacimientos, y sobre todo cuando juega la Selección. Los partidos
de la Selección son una institución acá, que convocan a todos los vecinos en la
casa del que tenga la tele más grande. Se lleva picada, mate y cosas dulces.
Muchas veces nos hemos juntado a festejar navidad en el medio de la calle.
Así y todo también nos tocó vivir
cosas duras. Mi profesión me exige hacer un poco de psicóloga y a lo largo de
estos años recibí confidencias de mucha gente, que yo guardo por supuesto por
secreto profesional. Pero si yo hablo, ¡se tienen que mudar todos! Y lo digo en
serio, en épocas de dictadura muchos pacientes me confesaban que sus hijos
habían desaparecido hacía años pero ellos tenían que mentir y decir que estaban
de viaje o viviendo en el exterior para no comprometerse ellos ni alarmar a más
personas. El primo de mi mecánico fue a la tumba de su madre en el cementerio
de Flores y perdió allá la billetera. A la madrugada se lo llevaron.
Encontraron sus documentos y no podían arriesgarse a que hubiese visto
irregularidades o probablemente una fosa común…
“De los 8.000 que
arrancamos primer año
de medicina fui la única
mujer que se recibió”
- ¿Estudiar
medicina era fácil en un ambiente tan masculino como el de la época?
- Tuvo sus dificultades. Justo el
año que yo entré a la UBA habían eliminado los exámenes de ingreso y arrancamos
8.000 personas primer año de medicina. A fin de año, quedábamos 800 y de esos
800 nos recibimos 80. Yo era la única mujer. Mi marido y yo estudiamos lo mismo
y cuando me recibí en el 62 lo normal era que las mujeres fueran amas de casa.
En ese momento no había servicios de emergencia como ahora y muchas veces tenía
que salir de noche con el maletín a atender urgencias ginecológicas o pediátricas.
No faltó gente que criticó mucho esto, uno le dijo a mi marido ‘yo si ganara lo
que ganas vos a mi mujer la dejo en casa cuidando a los chicos’. Él le contestó
‘¿Entonces para qué estudió?’. Había prejuicios, sí. Pero los tuve que
enfrentar tardíamente mientras hacía la carrera.
-
Y a la hora de ingresar a un hospital, ¿había trato diferenciado hacia las
mujeres?
- En el Hospital Israelita me
trataron excelente siempre. En el servicio de cirugía no solo era la única
mujer sino también la única cristiana, y así y todo jamas sentí un trato
diferenciado. Siempre me enseñaron con generosidad. Pero resulta que en un
momento yo quise entrar en la escuela quirúrgica de Finoccieto en el Hospital
Rawson, donde no dejaban entrar mujeres. Entonces cuando di el examen de
ingreso, en el espacio donde había que poner el nombre puse Dr. A.M. Caffera,
haciéndome pasar por hombre para que no descartaran mi examen. Cuando dieron
las notas y nombraron al ‘doctor Caffera’ entre los pocos seleccionados, no me
creían que fuera yo, pensaban que había un error, y me citaron aparte para
aclarar la situación. Entonces yo le expliqué a Oscar Allende, el responsable
de ese ingreso, que también fue gobernador de Buenos Aires por los radicales,
que usé abreviaturas por sugerencia de Llosa Jaroslavsky, el jefe de cirugía
del Hospital Israelita, que casualmente era su colega. Entonces no se dijo más,
y pude ingresar.
“Tuve que hacerme
pasar por hombre
para que no descartaran
mi examen”
- Fuiste
siempre una mujer combativa por lo que veo. ¿Durante tus años de alumna
participaste del Centro de Estudiantes de Medicina?
- Si (risas). Había votaciones
infernales. Era una época difícil, durante la dictadura militar. Durante un
encuentro en un día de lluvia, yo estaba en la platea del aula magna de la
facultad y había uno adelante mío que no paraba de decir disparates entonces lo
agarré a los paraguazos. Vinieron dos policías, me agarraron uno de cada brazo
y me sacaron. Al día siguiente apareció la foto en el diario, con el paraguas
en la mano por supuesto, e informaba cómo había terminado la trifulca.
Después de 54
años de medicina, una carrera donde hubo altibajos y momentos fuertes, ¿cuál es
la clave para continuar ejerciendo y para mantenerse en el mercado laboral?
El amor de la gente está por
encima de todo. Di y recibí (se emociona). Mis dos hijos son médicos y me
ayudan a mantenerme actualizada con lo último. Además son muy buenos músicos. Los
domingos trato de reunir a toda la familia tentándolos con un buen almuerzo.